sábado, 3 de agosto de 2013

La democracia es un fin en sí mismo

David Hernández Castro | Ecosocialistas de la Región de Murcia
Lo que yo pienso es que en la respuesta a esta pregunta se juega el futuro de la izquierda europea. Y esto es así porque nos encontramos en una encrucijada por la que ya transitamos en el siglo XX. No es la primera vez que sufrimos una crisis mundial. Y no es tampoco la primera vez que como consecuencia de esta crisis, las clases oprimidas consiguieron aupar hasta el poder a algunas de sus organizaciones políticas. Lo que tenemos que preguntarnos es por qué estas experiencias históricas terminaron fracasando, y qué es lo que podemos hacer nosotros para evitar que la historia vuelva a repetirse en el siglo XXI. Para nosotros, la clave radica en la democracia radical, pero no sólo porque esta sea una manera más justa de organizar el trabajo político, sino porque es en el terreno de la organización, de la forma en la que construimos nuestras relaciones sociales, donde se libra la batalla de la conciencia. Al contrario de lo que algunos piensan, no es leyendo libros como nos hacemos más socialistas. Sin duda alguna, leer libros ayuda mucho. Todo el mundo debería hacerlo. Pero si fuera leyendo libros como uno se hace socialista, eso no explicaría por qué Dominique de Villepin propuso el despido libre cuando era ministro, ni por qué todos conocemos compañeros y compañeras, que a pesar de que la vida no les ha dado la oportunidad de acceder a los estudios, son mucho más socialistas que nosotros. Esto, que es una obviedad, ha sido ignorado por muchos dirigentes históricos de la izquierda, que han fomentado una especie de tecnocracia política, valorando la capacidad y la calidad de la militancia en función de su currículum académico. Curiosamente, esto no le sucedió jamás al propio Karl Marx, que siempre tuvo claro que por mucho que ayudara la lectura de sus libros, lo que realmente producía el incremento de la conciencia socialista entre los trabajadores era la asociación de los trabajadores mismos.

Pongamos un ejemplo : ¿Qué libro tenemos que leer para aprender a tocar la guitarra ? Sin duda, hay muchos buenos manuales. Pero todo el mundo se reirá de aquella persona que pretenda aprender a tocar la guitarra encerrándose en una biblioteca con un manual. La manera de aprender a tocar la guitarra, es tocando la guitarra. Y lo mismo sucede con otras cualidades prácticas. Aprendemos a montar en bicicleta, montando la bicicleta. Y a nadar, nadando. Esto es lo que sucede también con las pasiones, y con los valores políticos, y con la virtud republicana. Aprendemos a amar, amando ; a ser solidario, practicando la solidaridad ; y a ser republicano, llevando una vida republicana.

Parece algo complicado, pero en realidad, no lo es. Cuando nos organizamos para hacer o decidir cosas, nuestra actividad se está desplegando en dos esferas distintas. Por un lado, está el ámbito de la práctica concreta : nos reunimos, por ejemplo, para discutir sobre el ecosocialismo, o para decidir cuál será nuestra siguiente acción reivindicativa. Pero por otro lado, al mismo tiempo que se realiza esta práctica concreta, se están produciendo determinados valores en nuestra conciencia. En principio, nos reunimos para hablar de ecosocialismo, o para tomar una decisión cualquiera, pero durante el transcurso de esta reunión nos vamos haciendo más solidarios y participativos. Llega un momento donde el resultado de nuestra deliberación es lo menos importante : lo más importante es que el hecho de reunirnos nos ha vuelto personas más sociables y solidarias, más interesadas por el destino de nuestros compañeros, y también, más expertas en la toma de decisiones. Puede que en algún caso concreto nos equivoquemos, pero de lo que no cabe ninguna duda, es de que cuanto más se participa en la toma de decisiones, mejor se aprende a tomar decisiones. Las virtudes y las pasiones son cualidades auto-incrementativas : más se aprende a tocar la guitarra, cuanto más se toca la guitarra ; más se ama, cuanto más se ama ; y más se hace uno solidario, cuando más se practica la solidaridad.

Por tanto, la democracia participativa es un fin en si mismo. El mero hecho de participar, de implicarse en la gestión de los asuntos que a todos conciernen, de reunirse con los compañeros para establecer las prioridades y necesidades de la organización y la sociedad, nos realiza como personas, nos hace mejores, nos educa en ciertos valores de convivencia que la sociedad del espectáculo ha relegado al último rincón. Participar, compartir, cooperar, nos hace responsables y solidarios. Por el contrario, la delegación instaura la cultura de la pasividad y el egoísmo. La delegación, corrompe la democracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario